Había planeado muchas veces ese momento, pero llegó finalmente el día y se sintió confundida. ¿Eso era lo que realmente quería? Había estado juntando esas pastillas desde hacía meses. Parte que se robó de la farmacia donde trabajaba, parte que fue sacando de la casa de un familiar, un viejo tío que ya ni se acordaba que tenía que tomar, ni cuando, ni cuánto. Por suerte para él, que estaba tan ido de la realidad y por desgracia para ella, que ahora contaba con una cantidad más que suficiente para dormir por siempre. Semanas atrás lo pensó todo. Dejo todo listo en su departamento, todo ordenado. La ropa en bolsas, la heladera vacía, los estantes vacíos, el lugar entero la reflejaba. No había nada por fuera, no había nada por dentro. Fantaseaba con el momento en el que alguien, quizá el portero del edificio, la encuentre. Tenía terror que pasen días y que la comida se pudriera. No pensó en ese momento que la que iba a estar bastante podrida era ella misma. O lo que quedaba de ella. Ya está, no importaba. No podía ponerse a pensar en eso ahora. Tomo coraje, buscó la botella de vodka que tenía guardada en uno de los estantes de la cocina, tomo las cajas de sedantes y salió al balcón. Miró la ciudad desde el piso 11, miró a la personas caminando, pequeños, insignificantes.
-¿Alguien sabrá que acá arriba, en este pequeño rincón, hay una mujer a punto de morir? Pensó.
Tenía ganas de gritarles a todos que la vida es una mierda, que su vida era una mierda, y que no había motivo alguno para vivir. Que todo era una mentira. Se sentó, prendió un pucho y abrió la botella. Entre cada movimiento, cada acción, había una brecha de 20 minutos al menos en los que buscaba un motivo, por más insignificante que sea, de posponer su fecha de vencimiento. Pero no lo encontraba. Todo estaba listo para su partida. En ese momento hubiese dado la vida por una llamada, porque el celular vibre sobre la mesita del balcón. Pero no había llamadas. Nadie tocaba la puerta. Ningún vecino necesitaba azúcar. Nada. Silencio. Solo las bocinas de la ciudad, alguna voz lejana que llegaba desde los otros balcones. Notó que en el edificio de enfrente había una pareja gay a punto de cenar. Los miró un rato, sintió pena por ellos. Y por ella misma también, que se estaba muriendo y nunca pudo amar. Nunca fue sincera. Nunca fue ella misma. Quizá por eso se estaba muriendo.
- Y si soy yo misma, me mudo lejos y sigo viviendo? Pensó. Era imposible, no podía desaparecer y empezar de cero, habían sido 30 años de mentir y mentirse. Ahora, era momento de terminar.
-¿Habrá algo más allá? ¿Reencarnaré en otra cosa? Cuantas estupideces piensa uno antes de morir. ¿Y si no hay más nada? ¿Si lo que queda es un eterno vacío? Entonces va a ser como la vida misma, y nada habría cambiado.
Tomo las dos cajas.
Con media botella antes de dormirse.