El día había empezado mal, y todo indicaba que no iba a cambiar a lo largo de las horas. Me levante temprano, traté de peinarme lo mejor que pude. ¿Vieron esos días en los que uno hace lo mismo de siempre, pero por algún motivo, las cosas salen mal? Así fue todo el miércoles 30 de marzo. Lo mejor que pude no exactamente un peinado bien hecho, es sacarme el pelo de la cara y todavía parecer un ser humano.
Salí, tome el colectivo para ir al centro. Viaje parada y parecía que todo el universo se había complotado para salir a la misma hora y tomar la misma autopista.
Traté de hacer los trámites lo más rápido que pude. O sea, para una denuncia que tarda 15 minutos, estuve 2 horas. Así es mi país. (...)
Estaba de mal humor, transpirada y cansada. Estaba harta. Y tenía hambre.
Pero entré. Entré al hospital y a pesar de estar muy lejos de mi hogar, me sentí en casa. Me senté un segundo para descansar.
Lo vi. Paso con un ambo gris. Mi Dr G.
Y un pequeño (no tanto) detalle cambió mi mañana, mi día.
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